Nuestro alfabeto no nació en un laboratorio ni en una reunión de sabios ocultos en una biblioteca oscura, sino en un rincón polvoriento del desierto egipcio. Allí, entre minas de turquesa, dioses con cabeza de vaca y mineros que hacían sus pinitos con los jeroglíficos, surgió la idea más simple y poderosa de la historia: un puñado de signos para decirlo todo.

De esas marcas toscas en piedra salieron las letras que hoy usamos para escribir en nuestro diario o en el whatsapp, aunque a veces ahí las maltratemos un poco.

Esta es la historia de cómo un invento improvisado cambió el mundo… y de por qué ahora te toca a ti decidir qué vas a escribir con él. Y es que, ya sabes, un gran poder conlleva una gran responsabilidad.